LOS
ESCLAVOS
Hay
quienes aún recuerdan
las
viejas plantaciones de algodón
donde
perdían la esperanza
los
que habían sacado de la tundra
con
cadenas de látigo
y
grilletes de miedo.
Eran
hombres tan dignos
como
el color de las canciones
con
las que compartían su desgracia.
Había
poesía en sus lamentos,
en
el ritmo de sus latidos
y,
sobre todo,
en
las miradas a los dueños
de
su terrible esclavitud.
Ni
todo el oro del planeta
hubiese
compensado
la
amarga intensidad
de
un instante de aquellas miradas.
Ahora,
en nuestro bosque,
han
cambiado las plantaciones,
los
señores del látigo
y
las formas de esclavitud,
pero
los sentimientos
de
los hombres cautivos
que
dejan su sangre en la tierra
por
un trozo de pan,
permanecen
inalterables
a
la codicia de los tiempos.
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