CUENTO DE FIN DE AÑO
El insaciable tic tac
del reloj había dejado atrás las cuatro de la tarde cuando Esperanza salió del
salón y se encaminó hacia la puerta. Había terminado su jornada laboral en la
Residencia para Personas Mayores de San Diego. Lo había hecho desbordando cariño
y con su mejor sonrisa para desear feliz Nochevieja a los ancianos. En algunos
había creído ver una soledad parecida a la suya, pero una vez más había logrado
esconder sus sentimientos para regalar unos instantes de ternura. A lo largo de
sus 60 años había aprendido en sus lecturas que la vida es como un cuento que
se regala a los demás sin que casi nadie conozca lo que siente el narrador.
Mientras hacía las
compras para su cena intentó encontrar qué motivos tenía para ilusionarse con
lo que le pudiera deparar el nuevo año. Su mente estuvo divagando sin
resultados coherentes. Tras salir del supermercado, caminó hacia el
aparcamiento con la vista perdida en el horizonte. Al llegar al lugar donde
estaba aparcado su coche, algo le llamó la atención. Fijado al limpiaparabrisas
había un pequeño papel. Dejó las bolsas en el suelo y lo cogió. Era una nota
publicitaria. Junto a un nombre y un teléfono, se leía: Futurólogo, Astrólogo,
Vidente y Médium. La guardó en su bolso mientras pensaba que tal vez más tarde
se decidiera a llamar.
Las horas de la tarde
del último día del año parecían no fluir. Siguió dándole vueltas a la misma
idea. El espíritu navideño, que había intentado hacer presente a los ancianos,
no estaba alojado en su interior. Y necesitaba encontrar algo a lo que agarrase
para no caer en un pozo sin fondo. Buscó la nota publicitaria y se decidió a
llamar. Un contestador automático le dio la dirección. No estaba muy lejos y
decidió ir a pie. Caminar un poco le haría bien.
Nadie le iba a dar una
receta mágica. La ilusión para seguir viviendo la tenía que encontrar ella
misma. Pero, qué podía perder. Concretó la pregunta que haría: deseaba sentir
en su corazón la magia de un cuento de Navidad, encontrar algo que hiciese
posible lo más improbable. Era creyente y tenía fe, a pesar de no ser una buena
practicante. Conocía lo que significan las palabras paz, amor y solidaridad,
aunque algunos de esos conceptos nunca habían colmado su alma. Miró la
decoración de las tiendas, percibió los colores de la iluminación navideña en
la calle Corredera, en la calle Álamo y en la plaza de España. Y suspiró porque
una estrella iluminase su camino para encontrar un estado que le permitiese
mirar hacia el futuro con otro ánimo.
Tras cruzar la plaza de
España, se adentró en la calle Cava y llegó hasta el portal de una casa de dos
plantas. Llamó al timbre y se abrió el portón. Frente a ella había una escalera
casi en penumbra que subió con cuidado. Entró en una habitación iluminada con
velas y profusamente decorada con objetos esotéricos. En el centro de la
habitación había una mesa redonda cubierta con un mantel. Sobre ella había un
candelabro. Junto a la mesa había una silla. Se acomodó y esperó a que alguien
apareciera.
—¿Hay alguien?
—Preguntó con un tono de inquietud.
Entonces escuchó una
voz similar a la suya que le dijo:
—Has vuelto al mismo
lugar que el año pasado. ¿Es que no entendiste nada de lo que te dije?
—¿Quién eres?
—Soy tú misma dentro de
un año.
—Eso es imposible.
—Me pediste poder notar
la magia de la Navidad. Y así ha sido, te has encontrado contigo misma dentro
de un año. ¿No recuerdas nada de lo que ha sucedido? Seguiste dando lo mejor de
ti, viviendo para los demás. Y aunque tu bondad a veces genera incomprensión, ha
hecho posible que se te conceda vivir de nuevo un año que ya has disfrutado,
para que sigas haciendo lo mismo siendo consciente de ello, para que la ilusión
que crees que te falta, pinte de nuevo los rostros de alegría, de paz, de
esperanza…
—¿Volver a vivir un año
ya vivido? ¿Cómo es posible?
—¿Lo dudas? Cuando esta
noche el reloj marque el comienzo del nuevo año, tú tendrás la sensación de que
ya hace un año que hablaste contigo misma y desearás que no pase el tiempo que
ahora concluye. La magia de la Navidad existe para los que creen en ella. Vive
de nuevo y harás posible que en el fondo de tu corazón aparezca una verdad
encubierta que aparentemente no existe. Y ahora, márchate. Tu deseo ha sido
concedido.
Esperanza se levantó de
la silla, bajó las escaleras y salió a la calle totalmente aturdida. Echó a
caminar por unas calles ya vacías, era la hora de la cena. Ella tenía que cenar
sola. Hacía cinco años que su marido la había dejado por otra más joven, sus
hijos tenían su propia vida y cenaban con sus amigos. Entonces recordó que
aquella noche se permitía a los ancianos acostarse más tarde para ver las
campanadas de fin de año. Y tomó la decisión de acompañarles. Su caminar
recobró el dinamismo que le había faltado en las últimas horas.
Al entrar al salón de la
residencia, casi todos los ancianos estaban en pequeños grupos, salvo Onofre.
El viejo cascarrabias, que no se llevaba bien con nadie, estaba solo, sentado
en un rincón. Esperanza se acercó hasta él.
—¿Qué te pasa, Onofre?
¿Quieres que te cuente un cuento de fin de año antes de que den las uvas?
Onofre la miró con una
profunda tristeza en sus ojos. Sacó de su bolsillo un pequeño reloj de pulsera
y se lo ofreció.
—Era de mi mujer. Ella
era la única razón que me hacía esperar con ilusión cada nuevo día. Desde que
me falta, solo me queda su recuerdo y tan solo con eso ya no puedo vivir.
Quiero que lo tengas. Es todo lo que poseo. No funciona desde que ella me
espera al otro lado de la muerte.
A Esperanza se le
encogió el alma. Onofre se estaba despidiendo y con aquel regalo le agradecía
toda la atención que le había prestado. No sabía qué decir. Tomó el reloj entre
sus temblorosas manos. Lo acarició y lo presionó mientras su mente buscaba
argumentos para que Onofre se aferrara a la vida. Tras un minuto eterno, abrió
la mano y vio que la aguja del segundero se movía.
—Ves, Onofre. Funciona
de nuevo. Es la magia de la Navidad. Ella te regala un nuevo tiempo para que
mañana sientas la ilusión de seguir vivo y que el recuerdo de vuestra vida no
perezca contigo. A mí me regala la ilusión por cuidarte. Nuestro calendario ha
vuelto un año atrás.
Por la mejilla de
Onofre fueron cayendo doce lágrimas, las mismas que Esperanza notó en el fondo
de su corazón y que hicieron brillar de nuevo su entrega a los demás. Ninguno
de los dos escuchó el sonido de las campanadas de fin de año. Ya era uno de
enero para ellos.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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