Cuando la fiel llegada de la noche
es criterio constante del crepúsculo
no faltes a la estancia
donde se ofrece alivio
para la sed de lunas
y sosiego a los ritmos cotidianos.
Si mi mano no te toca al instante
quizá oculte el naufragio de la espera:
la ciegue un apagón momentáneo de ternura.
Sólo manos cansadas se adormecen
con el frío invisible del desprecio
si la distancia abraza nuestros cuerpos
y la piel ignorada en la memoria.
Pese a todo, confía y no preguntes.
Acoge ese silencio varado en un momento
baldío como razón de una carencia,
de un estío compartido, de una huida.
(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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