La
palabra de un hombre
es
un grafismo etéreo que se nutre
con
la voz metafísica del tiempo.
Su
materia proviene
de
la metamorfosis del silencio,
esa
transformación de los pliegues
más
ocultos de nuestra soledad.
Su
volumen ocupa
la
exacta dimensión
del
relieve del aire.
La
imagen que proyecta esa palabra
se
condensa, sin miedo,
en
las volutas de humo
que
desprende la hoguera fugaz de la existencia.
Y
su huella es una marca de ceniza
que
se derrama
sobre
la superficie
del
último suspiro de ese hombre.
Así
es, no tengas duda,
tan
voluble y efímera
como
la voz sincera de un condenado a muerte
que
no sabe el momento exacto
en
que se aplicará la sentencia final.
Por
eso escribo cada una de mis palabras
como
si fuese la última.
(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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