LOS
COLONIZADORES DE LA TIERRA
Algunos
reptiles anfibios
comenzaron
a morar por la tierra
como
exploradores del suelo
que
ambicionan tener nuevos dominios
para
seguir dejando en el planeta
la
evolución de las especies
que
anhelaban los dioses.
Iniciaron
su travesía
en
las tinieblas,
y
fueron adentrándose
por
los bosques cercanos
a
las costas del mar,
haciendo
suyas las sombras
de
selvas virginales,
arrastrando
sus cuerpos
por
sendas solitarias
que
iban abriendo
con
los gestos de la torpeza
y
del asombro.
En
el espejo de los lagos,
contemplaron
el pelo
que
abrigaba a sus descendientes
en
las noches de frío
y
en los días grisáceos.
Más
tarde, sintieron el miedo
y
las terribles garras
con
que la muerte
espiaba
a los mamíferos
entre
los matorrales.
Subieron
a los árboles
huyendo
del peligro
que
inflamaba sus miedos
con
los gritos agónicos
de
todos los primates.
El
rostro de las noches
al
raso de la Luna
les
mostró su desolación.
Bajaron
de los árboles
para
buscar cavernas
donde
ocultar las sombras de sus cuerpos,
y
su vulnerabilidad.
Empezaron
a inventar dioses benévolos
y
espíritus malignos,
a
presentir el alma en sus acciones,
a
crear arte con sus manos
y
a honrar a sus muertos
con
la memoria.
Y
volvieron a probar suerte en los bosques,
en
los prados, en las llanuras,
en
las montañas…
El
misterio de la espesura
les
acechaba siempre
con
el fuego de la derrota
y
la sangre del triunfo.
Y
la necesidad
de
crecer para defenderse
de
los depredadores,
les
obligó a aprender
a
matar sin reparos,
y
a interiorizar en sus genes
otra
clase de oscuridad:
la
que llevan sintiendo los humanos
desde el origen de sus miedos.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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