EL
NOMBRE DE LAS COSAS
Primero
fueron las cosas
y
después les pusimos nombres.
Al
cielo como símbolo
del
universo y del destino.
Al
Sol como estrella que brilla
en
lo más alto del sistema.
A
la Luna como ese centinela
que
protege con su misterio
el
nombre de los sueños.
Y
continuamos dando nombre
a
la Tierra donde vivimos,
a
las nubes de plata,
al
fuego creador de luces emergentes,
al
viento que nos lleva,
al
océano inmenso,
a
la lluvia que calma
la
sed de los humanos…
A
todo lo que tiene forma, materia y uso.
Todo
aquello que nunca comprendimos,
adquirió
la textura
de
los poderes de los dioses
para
consolar nuestro desconcierto.
Las
palabras formaron nuevos significados
para
las cosas invisibles
y
los conceptos intocables.
Pero
nunca fue suficiente
con
el vocabulario de todos los idiomas
para
explicar nuestros orígenes,
ni
con los nombres
que
fuimos inventando
para
poder contar
todas
las cosas que sentimos.
Nuestra
verdad pretérita,
nuestros
sueños futuros
y
nuestras inquietudes,
no
poseen semántica
aún
conocida.
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