EL
AGUA Y LA LUZ
Tras
el primer instante
del
que gozó la eternidad,
ese
microsegundo
que
fue el origen
de
todo el universo,
las
ondas del Big Bang,
que
aún siguen expandiéndose
en
un lago infinito,
firmaron
una tregua con las sombras
en
nuestra Vía Láctea.
Fue
un momento crepuscular
en
el que todas las materias
armonizaron
su energía
para
que la belleza
ofreciese
la luz a los colores.
Cuando
la luz estuvo equilibrada,
se
hizo la calma
y
el silencio reinó de nuevo
en
la dinámica del espacio.
Ese
silencio hizo que, en la Tierra,
el
agua fuese cuna
de
las moléculas
que
empezaron a florecer
en
la materia inerte
y
a liberar oxígeno
para
que la vida
abriese
su camino sobre el mundo.
En
los océanos, el agua
fue
un flujo cristalino
antes
de ser un gran diluvio
que
anegó los paisajes
y
convirtió a la atmósfera
en
una manta protectora.
Desde
las estrellas cercanas,
los
páramos de fuego de los astros
hicieron
que la noche
acunase
los sueños del planeta
dejando
su materia lumínica
bajo
tubos de anhídrido
disueltos
en la bruma.
Y
desde el espacio profundo,
la
luz silente de la noche
se
acercó hasta el agua
para
buscarse en los reflejos
del
cristal incoloro de los mares.
Desde
entonces, el agua de la vida
encontró
un fiel aliado
en
el silencio
para
poder vencer
a
las sombras del mundo
con
la luz de las estrellas.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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