LA
LLUVIA
En
algún lugar del espacio
cercano
a nuestra Tierra,
hubo
un tiempo de luces imprevistas
en
el que los destellos
de
la lejana Andrómeda
izaron
antorchas celestes
sobre
la noche gris de Machu Picchu.
Entonces
se produjo
la
condensación de la atmósfera
y
el vapor de agua
se
convirtió en las lágrimas del mundo.
Surcaron
el espacio de la Tierra
enormes
veleros de espuma
y
cubrieron el planeta
desde
la misma Antártida
hasta
los continentes emergidos
de
las simas de los océanos.
Al
precipitarse sobre el suelo,
el
agua de la lluvia
había
dejado en el mar
su
corteza de sal y sus hojas de muerte.
Llevaba
en su materia
la
pureza del cosmos
y
el alimento de las plantas.
El
agua dulce
decoró
las montañas y los valles
con
túnicas selváticas
de
un verde semejante
a
las luces de Andrómeda.
Ese
llanto del cielo
era
lo que el planeta precisaba
para
que creciesen las raíces
de
los árboles
y
naciesen las fuentes de los ríos
que
asemejamos a la vida.
Tuvimos
el nivel de lluvia necesario
para
que se activara la génesis vital
y
la naturaleza fuese cuna
de
la biodiversidad.
Las
lágrimas del cielo
siguen
cayendo
sobre
nuestras tristezas
para
que recordemos
que
nada permanece y todo cambia.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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