CANICAS
La
bola de cristal
rueda
sobre la tierra polvorienta
como
un planeta lleno de reflejos
con
almas arcoíris.
Su
sendero es seguido
por
los ojos inquietos
de
un nuevo desafío,
el
gesto ensimismado
de
un niño que acaricia en el bolsillo,
con
dedos temblorosos,
el
resto de las bolas que le quedan.
Ha
apostado su favorita.
Observa
a su adversario
con
la incógnita de su suerte
limándole
la vida.
Confía
en que no acierte,
en
que un súbito impacto
no
haga sonar al vidrio
como
una vil campana
que
anuncie su derrota.
Durante
unos dramáticos segundos,
el
niño considera lo que puede ganar,
y
con mayor congoja,
lo
que puede perder en la contienda.
Si
gana, puede que aumente su autoestima
y
el reconocimiento de los observadores,
aunque
algún compañero
lo
mire con envidia.
Tal
vez logre ganar convencimiento
acerca
de que puede
enfrentarse
a los retos de la vida
y
salir casi indemne ante cualquier fracaso.
Si
pierde, dirá adiós a su bello tesoro:
los
vibrantes colores de su bola.
Sea
cual sea el resultado,
habrá
de resignarse
ante
la dictadura del destino.
Hoy,
gane o pierda su canica,
no
seguirá jugando.
Tampoco
guardará
las
bolas que le quedan
en
el otro bolsillo del abrigo.
El
frío de las madrugadas
y
el uso continuado,
han
roto las costuras.
Pero
el niño no sabe que muy pronto,
se
perderán los colores de sus bolas
y
el límpido cristal de su inocencia.
Deberá
pensar a lo grande,
trabajar
sin descanso
y
seguir siendo humilde,
en
el tránsito hacia la realidad
de
un planeta, que aún desconoce,
y
cuyas luces le deslumbrarán.
(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)
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