Los
Surcos de Anatolia
poseen
el misterio de lo desconocido
en
cada una de las figuras
labradas
en la piel de la tierra.
Nos
abruma pensar
que
alguien los diseñó desde el espacio
en
el valle de Frigia,
y
que vehículos no humanos
marcaron
las piedras volcánicas
con
un mensaje permanente.
Queremos
saber cuáles fueron las intenciones
de
sus desconocidos creadores
hace
trece millones de años:
si
son una señal o una advertencia
de
que nunca estuvimos solos.
Cada
mañana, cuando nace el sol,
la
luz asalta el lado oscuro
de
la realidad
y
de los pensamientos,
pero
no aclara los enigmas
que
habitan el pasado.
Nuestras
dudas se agrandan como sombras
o
esperpentos de la conciencia,
se
alejan en el firmamento
hasta
el lugar siniestro de los astros
donde
no llegará nunca nuestra verdad.
Estamos
condenados a sufrir la tristeza
que
provoca en la mente
lo
no determinado por la lógica
con
la que serenamos nuestra insignificancia.
Casi
todas las cosas que vemos o intuimos
pueden
ser diferentes,
cambiar
de perspectiva tras el alba,
cuando,
sin previo aviso,
las
piquetas del sol
socaven
la ignorancia
para
que aflore otra realidad.
OTRA REALIDAD
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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