EL SECRETO DE LA FALLA
DE SAN JOSÉ
Ya hace 52 años y para
Antonio es como si hubiese sido ayer mismo cuando vivió un momento que marcó su
vida. Acaba de ocultar, en la falla que adorna las fiestas de San José de este
año, un pequeño detalle, un tributo al recuerdo, algo que simboliza un hecho
del que hoy solo él conoce su trascendencia.
Poco después observa la
falla de 2017, una bella torre que simboliza el Big Ben, y comenta con Pepe
Plazas que de los hombres que levantaron la falla de 1965, apenas quedan
algunos vivos. Sin conocer nada de lo que él acababa de hacer, Pepe le dice que
uno de los personajes de la falla lleva ropa de alguien que ha sido incinerado
y que la familia ha querido que estuviese en ella. «¿Cuántos secretos se
ocultan para que el humo se los lleve?», piensa a la vez que escucha cómo Pepe
le cuenta algunas de sus hazañas deportivas. Y luego su mente se remonta hasta
muchos años atrás.
Aquella noche mientras
contemplaba la falla se frotó las manos, se ajustó los pantalones a la cintura
y se vio a sí mismo como uno de los viajeros que partía en aquel tren hacia
Francia, camino de la vendimia. Tenía claro que aquel era el único destino que
podría facilitar la realización de su sueño. Aquel marzo de 1965 era la segunda
vez que participaba en la construcción de la falla que sería quemada en la
noche del día 19 en su barrio. Pero en aquella ocasión lo había hecho con una
ilusión especial.
Antonio había cumplido
26 años. Era un hombre curtido en el trabajo, fuerte y soñador. Pero hasta el
momento no había tenido la suerte necesaria para conseguir sus propósitos.
Desde hacía más de cuatro años tenía novia. Estaba muy enamorado, quería
casarse y tener una vivienda donde iniciar su vida junto a Elvira. Últimamente
ella estaba un poco cansada de la situación y de los castillos en el aire con
que Antonio la sorprendía de vez en cuando. Lo había intentado con todas sus
fuerzas, sin embargo, la escasez de oportunidades en aquella época, se lo había
impedido.
La esperanza de Antonio
era ir a trabajar a la vendimia francesa y conseguir el dinero para dar la
entrada de un piso. Pero había algo que le atenazaba, no sabía hasta qué punto
podía amarle Elvira. ¿Sería capaz de esperarle? Su novia era una mujer muy
atractiva y él sabía que había varios hombres detrás de ella, quizá alguno de
ellos pudiera ofrecerle algo mejor en el tiempo en el que él estuviese en
Francia. Se lo comían los celos cuando paseaba con ella por Lorca y notaba las
miradas codiciosas de otros hombres.
Antonio nunca había
salido de Lorca, incluso cuando tuvo que realizar el servicio militar lo había
hecho voluntario en el Regimiento Mallorca 13, con base en la ciudad. Tenía la
impresión de que iba a ir al fin del mundo. Había hablado con otros que ya
habían hecho la campaña en años anteriores y había aprendido algunas palabras
en francés: bonjour, oui, monsieur…
No estaría solo y alguno de los veteranos le ayudaría. Iría a ese fin del
mundo, comería a base de patatas cocidas, verduras que pudiese coger en los
huertos, y lo que Dios le proveyera, pero iba a ahorrar el dinero que
necesitaba. Levantó la vista y observó la representación del Apolo XI que
culminaba la falla, un artefacto que había visto en la tele y con el que decían
que el hombre iba a ir a la luna. «¿No está la luna más lejos? Pues entonces,
ir a Francia no será para tanto», se dijo.
Su padre le había dicho
que cada cosa que tuviese tendría que ganársela con su esfuerzo. Él estaba
dispuesto, pero le costaba mucho dejar sola a Elvira, a merced de los que la
miraban con ojos como redes. Pero no había otra salida. Aquella noche le iba a
comunicar su decisión.
Durante el tiempo que
transcurrió hasta el momento en que estuvo otra vez delante de la falla con
Elvira tomada de su mano, Antonio recordó cómo la había conocido en sus años en
el colegio Alfonso X, todas las veces que intentó que le hiciese caso, las
locuras que tuvo que ingeniar para llamar su atención, incluso la vez que se
coló por la noche en una casa deshabitada, en la que decían que había
fantasmas, para demostrarle que él no tenía miedo. También recordó lo que había
escrito y ocultado entre los vagones de la máquina del tren que simulaba la
falla: «que este fuego se lleve todas mis dudas y que me traiga la fortuna que
preciso, que se lleve todas las inseguridades de Elvira y que la mantenga
siempre a mi lado». Se prometió a sí mismo que si aquello sucedía, iba a cuidar
a Elvira como a una reina y nunca pensaría en otra mujer.
Antonio apretó con
firmeza las manos de Elvira y le dijo:
—Tengo que decirte algo
importante, pero antes tienes que decirme si me quieres.
—Claro que sí, tonto.
—A finales de mayo me
voy a ir a la vendimia francesa. No regresaré hasta finales de octubre. Lo voy
a hacer para poder conseguir el dinero para la entrada de un piso, poder
casarnos y vivir juntos.
Elvira escuchó aquellas
palabras entre la sorpresa y la preocupación. Ella también tenía algo
importante que decirle. Antonio prosiguió:
—Quiero que me prometas
que me esperarás.
Elvira suspiró con la
emoción pintada en la mirada porque ella también sentía que estaba en un
momento clave de su vida y tenía miedo por lo que pudiese suceder.
—Te voy a esperar,
Antonio. Pero no voy a ser la única que te espere.
—¿Qué quieres decir?
—Estoy embarazada.
Vamos a tener un hijo. O una hija… Nacerá para finales de octubre.
A Antonio se le cayó el
mundo encima. ¿Cómo iba a marcharse entonces? Y lo que era más preocupante:
¿Cómo iban a reaccionar los padres de Elvira? Su madre siempre había
manifestado que deseaba una gran boda para su hija, que deseaba verla vestida
de blanco ante el altar. Durante unos instantes contempló todas las posibilidades
a su alcance. Y luego dijo con mucha decisión:
—Nos casaremos dentro
de un mes, sea como sea. Y le pediré a mis padres que te quedes con ellos
mientras yo esté en Francia.
—¿Casarnos por la
Iglesia? Pero… es que ahora no puedo casarme de blanco.
—No se lo diremos a
nadie. Ni siquiera al cura. Dios ya lo sabe y conoce nuestro amor. Estoy seguro
de que lo bendice. Será nuestro secreto y arderá con las llamas de la hoguera
con que se ilumine la falla esta noche.
Habían pasado 52 años
desde aquel momento, toda una vida juntos. Habían criado a sus hijos, habían
prosperado y conocido momentos de gran felicidad. Pero en el último año, Elvira
había sufrido un gran deterioro de su memoria a consecuencia del alzheimer, ya
no podía recordar lo que vivió junto a Antonio. Él había escrito una pequeña memoria
contando todo lo que habían compartido. Después, con la última hoja, había
confeccionado una flor que llevaba impregnado el aroma de su cariño, de su
ternura… Una flor que se convertiría aquella noche en el humo que todo lo sabe
y todo se lleva. Antonio tenía la esperanza de que cuando ardiera la falla de
2017, su humo reviviría en Elvira el momento exacto en que se unieron para
siempre.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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