ASESINATO EN CHICAGO
A las once y media de
la noche de ayer, Fran me dijo que ya le habían disparado. Todo estaba en su
sitio. En un acto reflejo, quizá para tranquilizar mi conciencia, metí la mano
en el bolsillo de mi chaqueta y saqué de su interior la carta que interceptaron
en su correo. Volví a leerla y me detuve en la frase que yo mismo había
subrayado: “no volverá a cruzarse en mi camino”.
Eché la cabeza hacia
atrás y recordé que dos días antes me había despertado de la siesta el maullido
de un gato. Me levanté del sofá y fui a curiosear por la ventana. Hacía un
calor del mil demonios y la tenía abierta de par en par, por eso no me costó
trabajo mirar hacia ambos lados. Mi edificio tiene forma de u y los ventanales
de los laterales son bien visibles desde el mío. Y entonces fue cuando me di
cuenta de que algo extraño sucedía en el apartamento de al lado.
Mandé a Fran a
investigar qué ocurría. Tuve que hacerlo por teléfono, porque mi guardaespaldas
no estaba en la casa. A las dos horas, Fran me informó que había descubierto
algo que no me iba a gustar. Le costó trabajo decírmelo, carraspeó varias
veces, y luego con esa voz de bulldog tan característica, me espetó que mi
amante se veía con un policía. Me llevaban todos los diablos, di un puñetazo
sobre la mesa y le ordené que registrara concienzudamente el apartamento que le
tenía acondicionado a todo lujo. Esa misma tarde me trajo la carta que delataba
a ciencia cierta que me estaba traicionando. Y tomé la única decisión posible.
Después de ordenar su
asesinato, esperé pacientemente hasta que Fran me trajo noticias, y posteriormente
pasé desde las once y media hasta las doce de la noche bebiéndome un whisky,
momento en el cual, sonó el teléfono. Me llamaban de la comisaría para que
reconociera un cadáver. Me desplacé hasta el lugar que me indicaban pensando en
la cara de sorpresa y tristeza que iba a poner. Cuando levantaron la sábana que
cubría el cuerpo, vi la cara de una muñeca hinchable. Tras mi sorpresa, esta
vez no fingida, me hicieron escuchar una cinta en la que reconocí mi voz.
Estaba ordenando a Fran que enviase un sicario para asesinar a mi amante. Y
acto seguido me colocaron las esposas y me leyeron mis derechos bajo la
acusación de inducción al asesinato.
Confundido y enrabietado,
llamé a mi abogado para que se hiciera cargo. Ahora, mientras espero en
comisaría, he vuelto a escuchar unos maullidos que me son familiares. He
buscado por la sala y he visto al dichoso gato de mi mujer rozando sus piernas
mientras ella me mira y se ríe a carcajada limpia. A su lado está mi amante con
su sonrisa cómplice, agitando el cheque que acaba de recibir. Les acompaña el
hombre que reconocí en la foto que me dejó Fran sobre la mesa cuando me habló
del policía. Tiene cara de ser su abogado. Y lo acabo de comprobar hace unos
instantes, cuando le he firmado todas las escrituras de mi propiedad con la
promesa de que retirará la denuncia. Los tres siguen riéndose mientras se
despiden con sorna. Y para colmo, me han dejado al gato, para que me haga compañía
en el calabozo mientras sale el juicio. El animal se ha escapado por una reja
cuando han metido en la celda a cinco energúmenos que me la tenían jurada.
Ahora sí es posible que haya un nuevo asesinato en Chicago. No hay escapatoria.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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