EN UNA TERRAZA DE MILÁN
Está
sentado en la terraza
del
café Cinquecento,
junto
a La Scala de Milán,
como
un dueño del mundo
en
sus horas de calma.
Disfruta
una cerveza fría
mientras
ve pasar a su lado
cuerpos
de porcelana
que
desprenden aromas de canela.
Sus
ojos se estremecen
con
los movimientos diabólicos
de
los cuerpos que lucen
creaciones
de lujo
camino
de la ópera.
Su
mente recuerda las notas
de
la nostalgia
con
que el Coro de Esclavos
hace
volar al pensamiento
en
la obra de Nabucco.
Tiene
en sus manos el destino
de
millones de obreros
que
no pueden cantar a Verdi
y,
sin embargo,
su
corazón se considera
en
esclavo de lo más bello
que
ilumina la libertad.
Aún
no lo sabe,
pero
esa frágil sustancia
que
se nutre de su templanza
para
el azar de los negocios,
tiene
el tiempo contado.
Su
realidad está en riesgo
porque
muy cerca de su mesa,
unos
ojos azules
con
tacones de seda,
lo
están observando
con
la mágica determinación
de
quien se siente libre
para
poder cambiar toda una vida
con
un guiño del alma.
Se
cruzan las miradas
y
un latido interpreta Va pensiero
para
volar sobre la tierra,
sobre
las esencias del mundo
y
los confines de los sentimientos,
para
ser agua de los ríos
o
cuerpo metafísico del aire
con
las grandes virtudes
de
los que menos necesitan.
Porque
nadie es dueño del tiempo
ni
de su propio destino
y
quien cree tenerlo todo
se
pierde en un inmenso páramo
que
solo el amor puede transformar
en
un nuevo horizonte.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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