A JOSÉ ALBERTO LARIO, IN MEMORIAM
Hay
una partitura en blanco
sobre
la mesa
y
una nota en el aire
que
espera el tono de su voz.
En
el colegio,
su
aula es un campo abierto
a
la realidad
que
guarda en sus paredes
motivos
para hallar
el
lugar en el mundo
de
aquellos que menos poseen.
Entre
los que le conocieron
hay
palabras, valores,
gestos
de lealtad y de cariño
que
permanecen vivos
aunque
su falta les golpee
en
el centro del corazón
como
una baqueta terrible.
Con
la pérdida queda la memoria
de
todo lo que fue
una
vida sin pausa
con
el calor del alma
y
la intensidad en los gestos.
Sin
embargo, los recuerdos
no
explican la existencia
de
quien vivió su tiempo
de
cara al abismo, sin vértigo,
como
un ron del color de un viejo libro
que
sublimó cada momento
en
nombre de la libertad.
Tras
su aparente fortaleza,
estaba
la debilidad
de
quien sabía que la vida se escapa
hacia
la derrota final
con
la soledad de los náufragos,
el
alma de un poeta,
el
dolor por las injusticias
y
el valor de un amante
frente
a la desnudez de la belleza.
Por
eso, ahora,
queda
en el aire la profunda esencia
de
quien quemó la vida
para
cumplir los sueños
de
un niño grande,
de
quien luchó con la generosidad
y
el sentido estético
de
un nómada del mundo,
de
quien persiguió la felicidad
desde
el sabor amargo
de
la existencia.
Pervive
entre nosotros
el
orgullo de haber sido auténtico,
la
conciencia social
de
un hombre bondadoso,
su
sensibilidad
con
las personas que sufrían,
los
acordes del rock
en
un mundo sin freno.
Y
después de una nota en el aire,
una
página en el colegio
o
un gesto de ternura
para
aquellos que amaba,
la
vida no admite más trascendencia
que
el valor de los sueños
o
el ritmo de una canción
entre
el silencio de los corazones.
Porque,
al final, la vida era todo,
aunque
parezca casi nada.
Mariano Valverde Ruiz (c)
Todos los derechos reservados.
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