ATARDECE EN TERREROS
Cuatro
luces solares
dan
tonalidades chill out
a
las pequeñas hojas del romero
que
crece en su jardín
como
fiel testimonio
de
la tierra salvaje que se asoma
al
balcón del Mediterráneo.
En
las esferas de cristal
que
protegen la luz de los misterios,
se
mezclan los colores
de
las fantasías del mundo
con
los reflejos lánguidos
de
un atardecer metafísico.
Hay
una extraña calma en el aire
que
da volumen de templanza
a
los instantes de la tarde
que
van camino del crepúsculo.
El
tiempo ya posee
esa
misma serenidad
que
inunda su interior de orgullo
por
el deber cumplido
tras
muchos años
de
lucha permanente.
Al
igual que la tarde,
su
vida está acercándose
a
ese tiempo enigmático
donde
las luces y las sombras
entrecruzan
sus brazos
para
estrechar el cerco a la existencia.
Y
por eso su tiempo es de oro,
como
la luz del cielo
cuando
nace en un nuevo día
que
puede ser el último.
Le
quedan muchas cosas por hacer
y
busca, en los reflejos de las luces
sobre
las hojas del romero,
toda
la energía del cosmos
para
poder seguir creando
mientras
las fuerzas no le falten.
Entre
tanto,
una
gaviota cruza el cielo
camino
de la costa
como
un poema en vuelo
que
buscase refugio
entre
las comisuras
del
aire vespertino
y
el relieve del cabo
donde
se alzan los muros
del
castillo dorado de Terreros.
Esa
gaviota del crepúsculo
se
lleva con su vuelo
los
tonos de las luces chill out,
el
pausado misterio de la tarde,
la
opacidad del tiempo,
todos
los años de lucha silente,
la
verdad de su vida
y
la metafísica del poema
que
escribirá en las hojas del romero
como
un legado al mundo.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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