AMANECER EN MADRIDEJOS
Los
aromas del alba
llegan
hasta Las Cuatro Esquinas
con
fragancias de pino,
de
romero y lavanda,
como
un halo silvestre
de
la Sierra de Valdehierro.
Recuerda
con nostalgia
los
juegos infantiles
en
la Calle Real
o
muy cerca del Amarguillo,
cuando
su corazón
era
un jazmín tan puro
como
el blanco de los molinos
después
de la molienda
del
oro de los campos.
Mientras
va caminando
con
la memoria en las pupilas,
revive
las imágenes
del
esfuerzo y la templanza
en
las horas de monda
de
las rosas del azafrán,
esos
cabellos de los cielos
que
llevan en sus pliegues
la
sangre de la tierra
unida
a las gotas del rocío
con
los colores del amanecer.
Pasa
junto a los silos
que
dan fe del ingenio
con
el que los barrudos
se
adaptaban a los rigores
de
las temperaturas
y
retaban al tiempo
con
su espíritu creativo
y
su afán de supervivencia.
Las
calles reconstruyen
los
espejos donde se miran
los
ojos del recuerdo
para
ver en La Mancha
el
pueblo de su infancia
como
un espacio mítico
donde
todo era magia.
Y
como un ovillo de lana
al
que toca el silencio
con
una emoción muy antigua,
se
estremecen sus manos
mientras
abre la puerta
del
museo que da su nombre
a
los filamentos del alba
y
a la memoria de su vida.
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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