UNA
HORA MANRIQUEÑA
Él
perpetuó el recuerdo de su padre
con
la memoria escrita del poeta Manrique
hecha
luz en las sombras
de
la verdad profunda que tememos.
Su
amigo ya no estaba cerca de él
para
obrar el milagro
de
estar presente en otros tras la muerte,
ni
para hallar las huellas
que
regala el efímero elixir del silencio
junto
al placer de estar entre los vivos.
Era
una víctima
de
la fugacidad
con
la que vive el tiempo.
Se
sentía impotente,
como
un huérfano del mundo,
de
la verdad y del misterio
que
atenazan a los mortales
hasta
que la ceniza nos libera
de
todas las cadenas conocidas.
Aquella
hora oxidada,
con
la herrumbre del tiempo
latiendo
en cada instante,
no
acababa jamás.
Se
iniciaba constantemente
con
el mismo mensaje:
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la
muerte,
tan callando.
Su
eco se repetía como un mantra
en
los pliegues oscuros de su mente.
Una
cruz de madera y dos rosas de olvido,
llenaron
el vacío de la tumba
con
la resignación
de
una huida no deseada
hacia
los recovecos de la noche.
Las
rocas se cubrieron de hojas secas,
de
lamentos y de plegarias
que
se llevó el futuro con una brisa gélida.
Ya
no había presente
y
el pasado quedaba entre la oscuridad
sin
poseer memoria de lo ya vivido.
Se
hizo el silencio en su alma.
Fue
la primera hora
del
resto de su muerte.
(Otra realidad)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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