TRIGALES
En
los años sesenta, trigales y barbechos
cubrían
el paisaje del valle que surcaba
cuando
iba a la escuela,
el
mismo donde ahora
no
brillan las luciérnagas.
El
horizonte alzaba su fiel nomenclatura
sobre
plantas y objetos,
definía
el color de aquella luz
con
la cara de abril en las entrañas.
El
sol y los cereales modulaban sin prisa
las
líneas del tiempo.
En
mayo, las espigas del trigal
decoraban
el aire
con
sus penachos de oro.
Desde
la cumbre de los cielos,
el
sol iba ganando la reyerta
que
mantenía el trigo con su aroma.
El
levante dormía entre las malvas
para
ahuyentar al hambre y a las hormigas.
Cada
día era nuevo. Y durante el camino
la
sed secaba mi garganta
igual
que a una hierba
que
crecía con los destellos
del
cereal maduro. Era sed de palabras.
(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)
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