EL CORAZÓN DEL TITANIC
Lo besó con toda su
alma.
Nadie lo vio entre las
gélidas aguas. Nadie lo percibió en medio de la oscuridad de la noche, los
gritos de pánico y el silencio estremecedor de las estrellas. Nadie lo podía
ver mientras luchaba por salvarse de una muerte segura. ¿Qué importaba algo tan
pequeño cuando se iba a perder todo?
Aquel objeto minúsculo
e intrascendente sólo tenía sentido para una persona, la que minutos antes le
había entregado el calor de sus labios. Y ella ya no estaba flotando sobre el
océano Atlántico, su tiempo se había detenido cuando en algún reloj de
Terranova pasaban las tres de la madrugada del día quince de abril de 1912.
Nadie, por tanto, vio
cómo el corazón de madera era llevado por las aguas hacia el olvido, nadie
siguió su estela cuando se alejaba del lugar de la tragedia igual que una
brizna impulsada por las olas, nadie supo que viajaba hacia la inmensidad del
universo.
Bárbara lo había
llevado entre sus manos hasta el instante en el que el mar se la tragó para
siempre. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía supo que ya no llegaría a su
destino. Desde que recibió la noticia de que Nathan había fallecido en Nueva
York durante un viaje de negocios, quiso llevar el símbolo de su amor para
dejarlo en su tumba. El primer viaje del Titanic era su oportunidad y se
embarcó en Southampton rota por la tristeza, pero con la esperanza de poder decir
el último adiós a la persona con quien había compartido casi toda su vida.
Apenas tenía doce años
cuando Nathan, que cumplía catorce ese día, le dio el primer beso. Ambos
decidieron plantar un árbol en el jardín de la casa de los padres de Bárbara para
recordar aquel momento. Igual que su amor, el árbol creció y años después, el
día de su boda, Nathan le regaló un corazón que había tallado con un trozo de
una rama de aquel árbol. Desde entonces lo había llevado siempre con ella.
Los últimos instantes
fueron tan intensos como toda su vida. Recordó todas las adversidades que
tuvieron que vencer juntos. También la felicidad que le regaló su experiencia junto
a Nathan, y las razones que les hicieron comprender que cada día debían entregarse
el uno al otro para ser algo más que ellos mismos. Sintió la intensidad del
cariño que compartieron con los suyos. Y con la última imagen del corazón de
madera en los ojos, se precipitó en la garganta gélida del Atlántico. Poco
después sus manos perderían la fuerza con que sujetaban el emblema de su razón
de ser.
Ahora, el minúsculo
corazón navega por el océano como tributo a su amor. En su madera duerme el
calor del beso con que Bárbara abrigará del frío eterno a Nathan, cuando le
encuentre en algún lugar de las estrellas.
RELATOS BREVES
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Mariano Valverde Ruiz ©
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