sábado, 30 de noviembre de 2013

LA VIEJA CORRUPCIÓN


LA VIEJA CORRUPCIÓN



Iris y Loto habían bajado hasta la orilla del Nilo para lavar la ropa que sus amas les habían encargado. Apenas había amanecido y ya el sol sacaba de las sombras los perfiles de las imágenes de las dos esclavas, que charlaban amenamente mientras batían con fuerza los tejidos de lino contra el agua purificadora del río.

-No se te ocurra contarlo -dijo Iris-. Si llegase a oídos de mi ama no sé que me haría. Tengo que darle de comer a mi niño. Ya sabes que es ciego y no puede valerse por sí mismo, aunque toca la flauta como nadie.
-No tengas miedo -replicó Loto-. Soy una tumba, tan grande como la del anterior faraón. No diré nada de lo que me cuentes.
-De algo relacionado con eso te quería hablar. Verás, el esposo de mi ama suele contarle sus proyectos después de hacerle el amor. Así la tranquiliza, porque la condenada chilla como un chacal cuando la monta. Y la otra noche, cuando yo estaba detrás de la cortina, ya que mi ama me ordena que espere allí, para llevarle después el agua con pétalos de rosa con que se lava el sofoco y la gruta del placer, escuché que mi amo le contaba algo muy repugnante.
-Dime... Dime, no demores tu relato.
-Le decía que había comprado una gran extensión de terreno semidesértico por muy poco a un hombre acuciado por la necesidad y sin recursos. Le dijo que sólo le había costado dos camellos. Luego le dijo que lo había hecho porque su amigo Gimotet, el escriba de la corte, le había dicho que el nuevo faraón ya pensaba en construir su tumba. Que proyectaba hacerse una morada gigantesca.
-Bueno. Y que tiene que ver eso con tu amo.
-Escucha. Le dijo después, entre grandes carcajadas, que él iba a conseguir que el faraón la construyese en sus terrenos. Que se los vendería por diez cargas de oro argumentándole que aquel terreno era de la mejor calidad para los cimientos de su tumba y que tenía las mejores vistas de las estrellas.
-Vaya, vaya...
-Pero no queda ahí la cosa. Le contó que le diría a Gimotet que si convencía al faraón para que él se encargase de las obras le daría una carga de oro. Mi ama resoplaba de satisfacción. Lo que le estaba contando parecía producirle un efecto alucinógeno mayor que el que le había procurado mi amo con su instrumento de carne.
-Sigue, no te detengas. Estoy intrigada.
-Siguió diciéndole que cuando le hubiesen encargado las obras, las dejaría en manos de Seremheb, un amigo que se dedica a la construcción de mastabas, y que lo haría a cambio de que éste le entregase un tercio de los recursos que le otorgase el faraón para la construcción de su tumba.
-Interesante.
-Luego brindó con vino mientras le decía a mi ama que harían la obra mas grande jamás proyectada, y la más beneficiosa, que tendrían una fortuna inmensa para disfrutarla el resto de sus vidas. Y que si le faltaban recursos al faraón, siempre estaba en su mano aumentar los impuestos al pueblo.

Loto se quedó pensativa durante un momento pero Iris no advirtió lo que estaba pasando por la mente de la joven esclava. Luego levantó el traje que estaba lavando, lo sacó del agua muy despacio y le dijo a Iris con un tono de cierta sorna:

-Así que todo depende de Gimotet, el escriba. ¿No es ése el amante de tu ama? Sí...creo que es un hombre corpulento que usa muchos afeites en su cuerpo, viste un traje blanco distinto cada día, habla sin que sepamos muy bien lo que dice y ríe como las hienas del desierto. Sí, va a ser él. Le vi un día bajo una acacia esperando que tu amo saliese de casa. ¡Vaya!... No. No diré nada.

Las dos mujeres cambiaron de tema y siguieron con su tarea dándose prisa, pués se acercaba la hora del almuerzo. Cuando terminaron, se despidieron cordialmente, y cada una regresó a la casa de su ama.
Loto llegó apresuradamente, colocó la ropa en un secadero y se dispuso a salir de nuevo. Se justificó ante su señora diciéndole que tenía que ir a comprar aditamentos para la comida. Y volvió a salir como empujada por los vientos vespertinos que soplan en las riberas del Nilo.
En pocos minutos estuvo ante las puertas de la mansión de Gimotet. Dijo a uno de sus sirvientes que iba a entregar un recado muy importante de una mujer que el escriba conocía, y que sólo podía entregárselo en persona. Cuando estuvo frente a Gimotet le dijo:
-El espíritu de Isis, nuestra diosa, me ha visitado. Me ha confiado un encargo muy importante para ti. Deberás decir al faraón que una esclava tiene el mandato de la diosa para que se construya la morada eterna del faraón en el terreno que un hombre pronto le ofrecerá a través de ti. Que deberás acceder a todo lo que te pida ese hombre, pero que después, a solas con el faraón, has de decirle que la diosa quiere que no se pague nada por ese terreno, y que es su deseo que quien reclame para sí un tercio del valor de su morada, sea obligado a repartir todas sus propiedades entre los esclavos. Los suyos y los amigos de los suyos.
Gimotet la escuchaba perplejo. El temor a la diosa Isis le hacía mantener toda su atención en lo que le estaban trasmitiendo. Loto veía en sus ojos la disposición total del escriba a cumplir todo lo que estaba escuchando. Y para terminar apuntilló sus palabras elevando la voz y pronunciando con mucha claridad.
-Si no lo hicieses, jamás conocerás la vida eterna. Las huestes de Horus vendrán para llevarte al infierno de Ra. Sin  embargo, si cumples el mandato de Isis, tendrás derecho a un lugar de privilegio junto al faraón en su última morada.


30 de noviembre de 2013
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Mariano Valverde Ruiz (c)

   

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