MAÑANA DE AGOSTO
El
sol es centinela
de
la estela del tiempo
mientras
sujeta las imágenes
de
un verano tranquilo
al
siseo de las cigarras
y
al murmullo del agua.
La
monotonía del aire
mece
las buganvillas
con
el germen de nuevos versos
que
se suceden a sí mismos
como
hileras de hormigas
sobre
un cielo de nata.
El
silencio se adueña
del
polen de la mente
como
los pensamientos
de
las viejas neuronas
que
ofrecen las ideas
a
los labios del verso.
La
música de las palabras
viaja
por el papel
como
un alegre canto
que
no posee dueño.
La
voz le pertenece al aire,
al
espacio donde confluyen
los
restos del dolor
con
la luz de la vida.
Sobre
las ondas del poema
se
extienden las imágenes
de
una nueva visión de lo que existe,
y
también los retratos
de
lo que no se ve.
La
mañana es un poema
a
la quietud del mundo
y
al movimiento de lo inefable,
o,
simplemente,
son
palabras que aparecen de súbito
y
se posan en el imaginario
de
los días de agosto
para
dar consistencia
al
papel de cobalto
donde
viven los sueños.
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