GLICINAS Y HUMANOS
Nadie
sabe cuántos veranos
seguirán
floreciendo las glicinas
después
de que ya no esté en este planeta
para
poder hurgar entre sus pétalos
con
actitud humilde,
o
disfrutar de sus aromas
como
un joven romántico.
Entonces
no podrá
preguntar
a los otros
habitantes
de nuestra Tierra
si
les gustan las flores
de
las glicinas,
esas
lágrimas que derraman
sus
tallos trepadores
como
racimos ebrios
de
tonalidades violáceas.
Aunque
el abismo esté colmado
con
las almas de los difuntos,
la
muerte seguirá
cumpliendo
su palabra
como
una vil promesa
que
pende de las ramas
de
un árbol enraizado
entre
las rocas frías
de
los acantilados más eternos.
Nuestras
sombras futuras
y
las de las glicinas
no
poseen similitudes
en
cuanto a su destino.
Unas
desaparecerán
entre
las fauces del olvido.
Las
otras nacerán
todas
las primaveras,
aunque
sus flores caigan al abismo
de
los inviernos del planeta.
Quizá,
por eso,
nos
asombra su luz
y
esa capacidad misteriosa
que
tienen sus colores
para
reinventarse cada verano.
Mariano Valverde Ruiz (c)
Todos los derechos reservados.
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