EL
MERCADER DEL MEDITERRÁNEO
Atardece
a lo lejos entre luces violáceas
y
sombras de ceniza.
El
albatros gira en el aire
y
bifurca la imagen
que
la Estrella del Norte
deja
frente a los ojos de Giovanni.
En
torno al barco,
las
aves van dejando entre las velas
canciones
olvidadas
igual
que testigos melódicos
de
las viejas culturas.
Sus
gorjeos poseen
tonalidades
con sabor a brea,
a
aceite, a salazones,
a
garum, a tinajas de encurtidos,
a
crisol de ambiciones personales
y
a rumor de codicias en lenguas diferentes.
Ajeno
al pensamiento del marino,
el
albatros se eleva muy despacio,
se
mira en el espejo de las olas,
se
desliza en el aire,
es
pluma que lame la brisa
solapando
su imagen con la del horizonte.
Giovanni
ve, en el vuelo del ave,
augurios
de metales plateados
y
compone caricaturas
que
tienen la verdad de su pasado
con
la rosa del viento
que
guía su fortuna.
El
mar Mediterráneo
cubre
de azul purísimo la distancia
que
lo separa de Venecia.
Mientras
su buena estrella
recorre
los alvéolos del aire,
el
mercader de sueños
olvida
las afrentas
de
los seres ruines sin escrúpulos,
y
confía en el noble beneficio de su trabajo.
La
vida pone a cada uno donde le corresponde.
Mira
hacia el cielo
y
encuentra su equilibrio en las estrellas
que
guían su barco a buen puerto
como
lo hacen los sentimientos nobles
con
las razones ocultas del alma.
Nada
ha cambiado en siglos.
La
misma estrella luce por el Norte.
El
aire silba entre las jarcias.
Se
escucha el quejido de las maderas,
el
rumor del destino entre las olas.
Y
se atisban las sombras del misterio
en
las costas lejanas
para
quien viaja siempre con la bodega llena
de
buenas intenciones.
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)
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